Introducción

La idiotez no tiene cara: no la necesita, pues tiene una raza entera a su disposición.

A la humanidad le fascinan los laberintos, especialmente cuando no tiene forma de escapar de ellos, pero por sobre todas las cosas le gusta verlos como si fueran caminos lineales, totalmente rectos y sin desvíos.

Una puerta, un pasadizo, un pasillo secreto... Son cosas sin relevancia para la raza, que prefiere concentrarse en lo obvio, en lo evidente, en lo tangible... Olvidando que la mayor parte de las cosas obvias que perciben son sólo la punta de un iceberg de colosales proporciones.

Y así, chocan sus cascos contra la parte oculta del iceberg, y cuando comienzan a hundirse, en vez de preguntarse por qué, prefieren atribuirle la culpa a la mala suerte, o a cualquier factor que no sea parte de sí mismo.

Para ser organismos flojos y débiles, que necesitan terminar usando anteojos, dientes postizos, muletas, sillas de rueda, psicólogos y libros de autoayuda ante la menor contingencia física o psíquica, el complejo de infalibilidad innata resulta demasiado ambicioso para ser sostenible.

Es allí cuando la ignorancia se convierte en el pedestal de los individuos que actúan como si estuvieran sólos en el mundo, queriendo sentirse únicos y especiales, cuando lo único que tienen de especial al actuar así es la facilidad conque se convierten en las víctimas más facilmente persuasibles de ese gigantesco monstruo llamado mercado, y sin saberlo, se convierten en parte de una estadística destinada a quitarles, de su personalidad, hasta lo poco que tenían pretendiendo sustentar una individualidad copiada de una serie de TV.